
Ha llegado el momento de la verdad, aquí tenéis el enlace si queréis leer la conclusión de la aventura en epub y aquí si lo queréis leer en pdf. Os aconsejo leer primero la opción que habéis elegido y luego las otras dos.
A continuació os pongo la conclusión de la historia:
A.
—Tiene que haber sido Fran —dijo Clara, convencida.
—¿Estás segura?
—¡Claro! Siempre desaparecen las cosas cuando está él, es la única explicación. Es joven y ágil; además, en el cobertizo tienes una escalera. Seguro que la ha usado para apoyarla en el muro y llegar así hasta tu ventana.
En cuanto Fran se presentó en la mesa del jardín en la que estaban tomando el té, la tía de Clara se puso de pie.
—Fran, ¡eres un sinvergüenza! —exclamó—. Encima de que te he acogido en mi casa siempre que has venido y te he tratado como a un hijo y tú me lo pagas robándome. ¡Encima de que te iba a dejar una gran parte de mi herencia! ¡No quiero verte nunca más!
Fran se quedó pálido como el papel e intentó hablar, pero no le salían las palabras. Unos segundos después reaccionó y le dijo a su tía que él no sabía de qué le hablaba, pero la anciana no le dejó hablar.
—¡Alberto! —gritó, llamando al mayordomo—. Saca a este sinvergüenza de mi casa.
—Ahora mismo. —El mayordomo, siempre serio, sonreía.
Unos minutos después el muchacho abandonaba la casa, para no volver nunca.
—Gracias, Clara, por tu ayuda. Creo que, después de todo, daré todo mi dinero para ayudar a los demás. Iba a guardar una pequeña parte para Alberto, una parte importante para Fran y el resto donarlo a quién lo necesita, pero Fran queda fuera de mi herencia.
Desde ese día no volvió a desaparecer nada más de la casa, el verdadero culpable ya había conseguido lo que quería.
B.
—Tía, ¿puedes llamar a Alberto?
—Claro —respondió la anciana, extrañada, haciendo sonar una pequeña campana.
Unos instantes después aparecía el serio mayordomo.
—Quería hablar contigo yo —le dijo Clara—. Quiero que devuelvas los anillos que has robado a la tía.
—Pero… pero eso es absurdo. Llevo veintiocho años trabajando aquí y nunca ha desaparecido nada, ¡cómo te atreves a acusarme! —exclamó, a la vez que se ponía rojo a causa del enfado.
—Eso es cierto —intervino la señora.
Clara miró fijamente al mayordomo.
—Solo mi tía y tú tenéis la llave de la habitación, y si la puerta no estaba forzada eso significa que la has abierto tú.
—¿Para qué quiero yo unos anillos? —preguntó el mayordomo, cada vez más enfadado.
—Para nada —contestó Clara con tranquilidad.
—Eso que dices no tiene sentido, querida. Si no los quiere para nada…
—Él lo que quiere es que Fran no herede nada de tus riquezas y así se las des a Alberto. Por eso ha hecho desaparecer los anillos justo cuando estaba tu sobrino, para que pensaras que había sido él.
La señora miró muy fijamente a Alberto.
—¿Es cierto lo que dice Clara?
El mayordomo bajó la mirada y unos segundos después asintió con la cabeza.
—Iba a quedarme sin trabajo en cuanto usted muriera, y a mi edad nadie me va a contratar. He aguantado muchos años sus manías para ahora quedarme sin nada.
—¿Aguantar mis manías? ¡Pero si iba a dejarte una parte de mi herencia! ¡Con eso habrías podido vivir hasta tu jubilación! —exclamó la mujer.
—Yo… yo no lo sabía —dijo Alberto en voz baja, avergonzado.
Dicho esto el hombre se marchó y unas horas después abandonó la casa, para no regresar, después de dejar los anillos robados sobre una mesa.
—Me da pena ese pobre hombre —dijo Clara mientras veía alejarse su coche desde la terraza del primer piso, junto a Fran y su tía.
—A mí también —dijo la tía—. Por lo que ha hecho no va a recibir ni un euro de mi herencia, pero quizá pueda conseguirle otro trabajo en casa de alguien conocido. Al menos podrá seguir trabajando hasta su jubilación.
—Eres una buena persona, tía, otra en tu lugar habría llamado a la policía —dijo Fran con admiración.
La anciana sonrió.
—Y Clara es una chica muy inteligente, ¡muchas gracias!
—Ha sido un placer poder ayudarte, tía.
C.
Clara y su tía se dirigieron a la cocina.
En ese momento Adela estaba hablando con el móvil. Detrás de ella había una olla humeante que desprendía un agradable olor a cocido, aunque el olor empezaba a tener un cierto matiz a quemado.
La cocinera se extrañó de verlas allí y se acercó a ellas.
—¿Pasa algo? —preguntó.
—Adela, le has robado joyas a mi tía —dijo Clara.
—¿Yo? ¡No! Jamás haría eso —contestó con rapidez, asustada.
—Tienes que haber sido tú. Lo estáis pasando mal en casa, ¿verdad? Necesitas dinero.
La joven rompió a llorar.
—Sí que necesitamos el dinero pero…
—Estoy segura de que fue ella —dijo Clara.
—¿Seguro? —preguntó la anciana.
La joven afirmó con la cabeza.
—Seguro que alguna vez, por descuido, has dejado la puerta de tu dormitorio abierta y entonces ha aprovechado para colarse.
—Es posible… —dijo la señora.
—Señora, le aseguro que yo no he sido.
—Lo siento —dijo la señora— pero no puedo arriesgarme. Tienes que marcharte a casa.
La chica se fue llorando.
Unos días después Clara se despidió de su tía y se marchó.
Un mes después su tía la llamó. Habían vuelto a robarle otra joya, precisamente en otra de las visitas de Fran.
La anciana además le dijo que había vuelto a llamar a Adela para contratarla, ahora que sabía que no había sido ella.
—Hemos metido la pata con esa pobre chica —le decía su tía.
—¿Entonces quién era el ladrón? —se preguntó Clara.
—Ha sido Fran. Cuando entré a su habitación encontré los pendientes robados. Él lo ha negado, pero lo he echado de mi casa.
¡Enhorabuena a los ganadores, el domingo haremos el sorteo entre los afortunados!